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©Gaudencio Rodríguez Juárez*
Viernes 10 de septiembre de 2021
“¡La familia no es una democracia!”, he escuchado decir a más de algún adulto, con cierta frecuencia y en tono de queja. Y es que existe gente que achaca los problemas de la sociedad al hecho de que en los últimos tiempos existen familias donde los gritos, regaños, castigos y amenazas no forman parte de los recursos disciplinarios o educativos.
Casi tres décadas atrás, en 1991, el pediatra estadounidense Benjamin Spock, cuyas ideas acerca del cuidado infantil permitieron a varias generaciones de padres y madres ser más flexibles y afectuoso con sus hijos e hijos, identificó tres reacciones parentales ante la evidencia de que las niñas y niños poseen una fuerte tendencia interior a madurar y desarrollarse y de que es posible educarlos insistiendo en el respeto mutuo, en lugar de la corrección y el castigo:
1) Algunos acogieron con agrado la nueva filosofía y trataron a sus hijas e hijos de manera más amistosa y con más confianza en ellos, lo que estimuló la respuesta recíproca de estos. Al mismo tiempo, supieron preservar el respeto que se debían a sí mismos y ganarse el respeto de sus hijas e hijos. A este enfoque lo denominó del respeto mutuo y da como resultado niños cooperativos, flexibles, educados y cariñosos.
2) Otros padres y madres se sintieron intimidados ante la evidencia de las buenas intenciones de sus hijas e hijos y se angustiaron tanto al pensar en cómo se abusaba de las niñas y niños en otros tiempos que, inspirados por un sentimiento de culpabilidad, elevaron a sus hijas e hijos por encima de sí mismos, moralmente hablando. Tales padres y madres tendían a proporcionarles más posesiones y privilegios de lo prudente. A esto lo llamó superpermisividad, y produce niñas y niños ultradiscutidores y ultraexigentes, carentes de cortesía y nada cooperativos.
3) Un tercer grupo de padres y madres estuvieron absolutamente convencidos de que las niñas y niños serían perezosos, destructivos, desobedientes y malos a no ser que se les mantuviera en la senda recta y estrecha mediante advertencias y castigos continuos. Se alarmaban mucho ante la opinión de los profesionales y de otros padres y madres que confiaban principalmente en el amor y la comprensión. Sus actitudes disciplinarias producían niñas y niños con tendencia a la excesiva mansedumbre o hacia la agresividad, con un grado inferior a la media de cordialidad y flexibilidad.
Muchas décadas atrás, los investigadores Lewin, Lippit y White (1939), encontraron que cuando un líder de grupo creaba un ambiente social democrático, actuando como un compañero dispuesto a ayudar a los demás y no como un dictador, las niñas y niños se hacían más productivos, tenían una mayor cohesión de grupo y tendían a ser más creativos.
Dos décadas después, G.H. Elder (1963) demostró que cuando los padres y madres ejercen un poder legítimo (democrático) sobre sus hijas e hijos adolescentes y les explican la razón de sus peticiones, estos suelen imitar la conducta de sus padres y madres, tienden a ser independientes y a tener confianza en sí mismos (a tener confianza en sus propias opiniones), suelen asociarse con compañeros aprobados por sus padres y madres y tener una motivación académica muy intensa.
Vivimos una época en la que coexisten estos tres estilos disciplinarios clásicos: autoritario, democrático y permisivo. De los tres, el democrático es el que reporta mayores beneficios. Vale aclarar que democrático no significa dejar que las niñas y niños hagan todo lo que quieran, cosa que suelen pensar muchos adultos contemporáneos (esto sería permisividad).
Las madres y padres democráticos tienen valores altos en cuanto al afecto y el control. Cuidan de sus hijas e hijos y son sensibles hacia ellos, pero colocan unos límites claros y mantienen un entorno predecible. Estas niñas y niños son los más curiosos, los que más confían en sí mismos y los que funcionan mejor en la escuela. Son niños con buenos niveles de autocontrol y autoestima, capaces de persistir en las tareas, hábiles para las relaciones personales; independientes, con un sistema moral propio.
Entonces, lo mejor que puede pasarle a una niña y a un niño, es contar con madres/padres democráticos, después de todo, crecerá en una sociedad democrática, para lo cual se requieren habilidades sociales que le permitan integrarse de una manera adecuada: diálogo, resolución no violenta de los conflictos, negociación, mediación, resolución de problemas, autorregulación, convivencia, postergación de deseos, escucha y un largo etcétera.
* Psicólogo / [email protected]
Foto de portada: Tyler Nix (@tylernixcreative) / Unsplash.
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