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Alfonso Díaz Rey*
Viernes 10 de septiembre de 2021
«Nadie sabe qué cosa es el comunismo
y eso puede ser pasto de la censura.
Nadie sabe qué cosa es el comunismo
y eso puede ser pasto de la ventura».
– Silvio Rodríguez. Reino de Todavía
Tras el derrumbe de la Unión Soviética y el campo socialista de Europa del este, de la segunda mitad de la década de los ochenta a los primeros años de los noventa del pasado siglo, las fuerzas de la derecha internacional cantaron victoria y en su euforia hasta se atrevieron a proclamar el fin de la historia (Francis Fukuyama. El fin de la historia y el último hombre. 1992), tesis que, en pocas palabras, planteaba el fin de las ideologías y el predominio, por siempre, de la democracia burguesa.
A la par de esa aparente victoria —porque continuaron siendo socialistas China, Corea del Norte, Cuba, Vietnam y Laos—, las fuerzas de la reacción dieron por muerto al comunismo, el enemigo común que la propaganda y el dominio ideológico imperialista satanizaron y utilizaron como pretexto para cometer una serie de abusos y crímenes contra los pueblos; y como se les acabó el pretexto, para continuar con su política guerrerista se vieron en la necesidad de fabricar un nuevo enemigo: el terrorismo.
En esa nueva situación se afianzó y se expandió el neoliberalismo mediante una «globalización» que respondió solamente a los intereses del gran capital, sobre todo el financiero, que para muchos pueblos se tradujo en despojos de bienes y recursos, así como en la precarización de sus condiciones de vida y trabajo.
En ese contexto y como una muestra de la inviabilidad histórica del capitalismo, con su —hasta ahora— última versión, el neoliberalismo, surgió, sobre todo en Latinoamérica, una ola de inconformidad popular que, no ausente de retrocesos, en diversos países y momentos mostró en las urnas su rechazo a las políticas neoliberales, derivando en la instauración de gobiernos de corte progresista o de izquierda
Esos gobiernos, aun en el marco del capitalismo, adoptaron algunas medidas en favor de sus pueblos, con afectaciones a intereses privados, lo que concitó la reacción virulenta del imperialismo y las fuerzas de derecha para recuperar sus privilegios y posiciones de poder, que en algunos lugares lograron por la vía electoral o por golpes blandos.
En un intento por retomar el poder y el control total en Latinoamérica y el Caribe, las fuerzas más reaccionarias de la derecha en esta región se han unido a las de la península ibérica, conformadas ambas, principalmente, por partidos, grupos y personajes de corte fascista, y han revivido al fantasma que a mediados del siglo antepasado recorría Europa —al que habían declarado formalmente muerto tras la desaparición de la Unión Soviética y el campo socialista del este de Europa— y lo han transportado a este continente. Para ellos toda acción, medida o política que signifique algún beneficio para los pueblos, es sinónimo de comunismo.
No obstante fascistas, tratan, contradictoriamente, de enmascarar sus objetivos con el discurso de la defensa, entre otras cosas, de la democracia, el Estado de derecho, la libertad de expresión y la propiedad privada, cuando lo que realmente defienden es la democracia burguesa, el estado de derecho que construyen para ellos y la gran propiedad privada. La libertad de expresión es un adorno de esa máscara, pues es de las primeras que suprimen cuando llegan al poder.
En México, que debido al hartazgo del pueblo tras seis gobiernos neoliberales arribó un gobierno con características progresistas y nacionalistas, continúa, con apoyo internacional, la campaña de la derecha —que inició en 2004, el desafuero, para impedir su candidatura a la presidencia de la república—, que pretende desprestigiar al presidente Andrés Manuel López Obrador y a su administración, y tiene como objetivo reimplantar las políticas neoliberales y rescatar los privilegios perdidos o disminuidos de la oligarquía (local y extranjera), la alta burguesía y sus lacayos.
Esos mismos que claman ahora por salvar a México del comunismo, durante muchísimo tiempo, pero sobre todo de 1982 a 2018, en las pasadas seis administraciones neoliberales —época en la que de manera planeada se ha realizado uno de los mayores despojos a la nación y al pueblo—, nada dijeron, por el contrario, aplaudieron.
En este contexto se ha dado la visita, y recepción en instalaciones del Senado, de Santiago Abascal Conde, dirigente del Partido Vox, español y fascista, a invitación de algunos miembros del Partido Acción Nacional, para reforzar alianzas contra el comunismo; por supuesto, con apoyo y dirección del imperio yanqui.
Este tipo de acontecimientos refuerza la necesidad de desplegar esfuerzos por la unidad y alianzas de las fuerzas progresistas y de izquierda, con base en una agenda programática, en la que se considere la defensa de lo logrado en favor del pueblo y el impulso para llevarlo a sus últimas consecuencias, el apoyo y defensa de todas las medidas y acciones que se den en ese sentido, así como de las propuestas ciudadanas orientadas a realizar los cambios que conduzcan a una verdadera transformación de nuestro país. Porque son los pueblos, de acuerdo a sus condiciones, cultura y necesidades, quienes, finalmente, deciden las formas y caminos que habrán de tomar para alcanzar una vida más digna y justa.
* Miembro del Frente Regional Ciudadano en Defensa de la Soberanía, en Salamanca, Guanajuato.
Imagen de portada: Santiago Abascal, presidente del partido ultraderechista Vox de España. | Foto: ConfiLegal.
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