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Alfonso Díaz Rey*
Viernes 1 de junio de 2023
En tiempos de la Guerra Fría, cuando la contradicción capitalismo-socialismo generó tensiones políticas, diplomáticas y militares en varias regiones del planeta ─debido principalmente a que Estados Unidos trataba de imponer y mantener su hegemonía económica, política y militar─ y se vivía con el temor de que a un desquiciado se le ocurriera accionar los mecanismos para lanzamiento de proyectiles cargados con armamento nuclear, surgió como respuesta un movimiento internacional por la paz, movimiento que tuvo repercusión a nivel mundial.
Tres escenarios críticos que en aquella época representaron serios peligros fueron: la guerra de Corea (1950-1953), la guerra de Vietnam (1955-1975) y la Crisis de los Misiles (octubre de 1962). Otro factor crítico ha sido Israel, Estado que desde su surgimiento (1948) ha mantenido una actitud expansionista y agresiva contra sus vecinos árabes, apoyado siempre por Estados Unidos y es, además, poseedor de armamento nuclear.
Con el «fin» de la Guerra Fría, como resultado de la caída del campo socialista en la Unión Soviética y Europa oriental, no pocos pensaron que había llegado el final de las guerras, y otros, en una excesiva euforia imperial se atrevieron a declarar el fin de la historia, el arribo a una época en la que el capitalismo se convertiría en el sistema económico, político y social en el que por siempre viviría la humanidad.
La realidad fue muy distinta. Los capitalistas, ávidos cada vez de mayores ganancias y de mantener la tasa de estas en niveles atractivos a la inversión, pronto retornaron a la guerra e invasiones para apoderarse de recursos ajenos que saciaran sus ambiciones.
Y ante la ausencia del fantasma que recorría Europa a mediados del siglo antepasado, los imperialistas pusieron la etiqueta de enemigo a un viejo fenómeno, el terrorismo, paradójicamente resucitado y promovido por ellos y, en muchos casos, su aliado.
La etiqueta de terrorismo resultó insuficiente como argumento para agredir a otros y ahora la mayor potencia imperialista califica de amenaza ─a su seguridad, a la democracia y a los «valores» occidentales─ a todo pueblo o gobierno que no se subordine a sus designios, que ose competirle en economía, comercio, ciencia, tecnología y poderío militar, o que posea recursos que el imperio requiere para mantener su hegemonía.
De esa manera, casi todo el planeta es un enemigo o una amenaza para el imperialismo norteamericano. Quizá por esa razón mantiene 867 bases militares, fuera de su territorio, distribuidas en casi todo el mundo y de alguna manera esté involucrado en todos los conflictos bélicos y políticos.
Lo anterior es indicativo de que el peligro de una guerra generalizada en la que se utilice armamento nuclear no ha desaparecido; nos muestra quién es en el mundo el principal enemigo de los pueblos y la importancia que adquiere la lucha por la paz.
Vivir en un ambiente de paz implica no solamente la ausencia de la guerra y la lucha contra las actividades vinculadas a ella. Tiene que ver con la creación de condiciones que eliminen la desigualdad, la pobreza y miseria, la ignorancia, la discriminación de todo tipo, la explotación del trabajo humano, la devastación de la naturaleza; además, generar también condiciones que impulsen la educación, la salud, la cultura, la recreación, la colaboración, la solidaridad y un futuro mejor para la niñez.
Quizá un primer paso en la lucha por la paz consista en tomar conciencia del enemigo a enfrentar, las formas que adopta en las diferentes áreas del quehacer cotidiano, los medios de que se vale para ejercer su dominio y control, sus aliados, las fuerzas que pueden oponérsele y las maneras de enfrentarlo.
Será inevitable enfrentar su visión del mundo y la realidad. Una visión basada en mentiras e ilusiones y esperanzas inalcanzables para la inmensa mayoría de la humanidad, visión que la misma realidad constantemente se encarga de desenmascarar y a la que debemos oponer una concepción propia que pueda confrontarse con los hechos y estos la refuercen.
A esa toma de conciencia seguiría una etapa de organización y vinculación con fuerzas que luchen contra el mismo enemigo en otros planos, porque está presente en todos los aspectos de nuestra vida.
Renunciar a esta lucha sería resignarse a vivir en oprobio y que unos cuantos decidan nuestras vidas y nuestro futuro. Por ello es de suma urgencia remover todos los obstáculos que se oponen a la paz y cambiarle la cara al mundo.
* Miembro del Frente Regional Ciudadano en Defensa de la Soberanía, en Salamanca, Guanajuato.
Foto de portada: Soldados del ejército de Estados Unidos. | Foto: Misión Verdad.
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