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Alfonso Díaz Rey*
Viernes 17 de marzo de 2023
Cualquier país que se atreva a emprender una vía de desarrollo independiente es calificado como una amenaza para el imperialismo y su hegemón, Estados Unidos, y si además en algunos aspectos de su desarrollo alcanza niveles que igualen o superen a los yanquis, se convierte en un enemigo al que por todos los medios habrá que subordinar a los designios imperiales.
Los avances ajenos, sobre todo si se logran mediante un desarrollo no subordinado a los dictados de Washington son catalogados como una amenaza a sus intereses y a su seguridad nacional, por lo que merecen consideraciones estratégicas para el mantenimiento de su hegemonía. Algo similar sucede con países que cuentan con riquezas y recursos naturales codiciados por el imperio y clasificados como necesarios para su seguridad nacional, eufemismo al que acuden para legitimar su despojos y atropellos.
En el reciente informe de Evaluación Anual de Amenazas (06-02-2023), la Comunidad de Inteligencia de Estados Unidos señala a China y a Rusia como los mayores peligros para mantener el orden mundial que «lidera» Estados Unidos.
China, por su acelerado desarrollo económico, industrial, científico, tecnológico y militar, que en no pocos rubros compite y aun supera a Estados Unidos es la principal amenaza que deben combatir y vencer. Además, es una potencia nuclear.
Rusia, sin ser una potencia económica, sí lo es en los campos científico, tecnológico, nuclear y militar, que además cuenta con inmensos territorios ricos en recursos naturales, lo que la hace apetecible para el gran capital.
Otros dos países a quienes esa Comunidad de Inteligencia incluye como peligros para su seguridad nacional son Irán y la República Democrática de Corea (RDC). Ambos también en la lista de países promotores de terrorismo, a quienes ha impuesto unilateralmente sanciones económicas y diplomáticas.
A Irán, por haber cometido el pecado de derrocar en 1979 al sha Reza Pahlevi, liberarse del tutelaje de Inglaterra y Estados Unidos y recuperar su riqueza petrolera, que estaba en manos de monopolios británicos y norteamericanos. No posee armamento nuclear, sin embargo ha emprendido investigaciones en el campo de ese tipo de energía, argumento que utiliza el gobierno norteamericano para catalogar al país islámico como amenaza.
Con la RDC ─que ante la presencia militar norteamericana al sur del paralelo 38 ha tenido que reforzarse militarmente y es uno de los países que sin ser potencia posee armamento nuclear─, los yanquis aún tienen la espina clavada por la firma de un armisticio en una guerra que no pudieron ganar (1950-1953) y, además, tienen la necesidad de mantener sus bases militares en Corea del Sur, que forman parte del cerco a China y Rusia.
En la citada evaluación pronostican conflictos en regiones donde seguramente han estado trabajando en crear el ambiente para que ocurran, conflictos de los que sin duda Estados Unidos obtendría algunas ventajas; sería el caso de agudizar problemas entre India y China, o de India con Pakistán, de los que sacaría ventajas económicas; o de Armenia con Azerbaiyán, dos países que fueron parte de la Unión Soviética, donde buscarían ganar posiciones estratégicas para continuar acosando a Rusia y tener un mayor control sobre el Medio Oriente.
También consideran amenazas a organizaciones terroristas como ISIS y Al-Qaeda, y partidos políticos como Hezbolá. Las dos primeras, hechuras directas de Washington; Hezbolá, en Líbano, surgió, con una facción armada, como respuesta al constante acoso y expansionismo de los sionistas respaldados por los yanquis.
Y en esta parte del mundo, en América Latina y el Caribe, los imperialistas yanquis se sienten dueños de los recursos que hay en nuestros países, y para apropiárselos están más que prestos a «salvarnos» de la «maligna» influencia que representa cualquier vínculo con China o Rusia, acusándolos de desestabilizar a las democracias liberales, de las que los yanquis son los guardianes.
Para Estados Unidos representan una amenaza: los países que ejerzan plenamente su soberanía, a los que acosa y presiona de diferentes formas; el descontento de los pueblos contra los regímenes «democráticos» apoyados por Washington; las organizaciones y movimientos populares que cuestionan el sistema imperante; la migración atribuible a consecuencias de la explotación a los pueblos que el sistema mantiene en diversos grados de subdesarrollo; los grupos de narcotraficantes ─en el exterior─ que se han fortalecido por el excesivo consumo de drogas que hay en ese país; y de manera general, todo aquello que no se subordine a los designios del imperio.
Y así, el país que desde su declaración de independencia (1776) solamente ha vivido 17 años sin estar en guerra con otros, el más terrorista que existe, se arroga la facultad de calificar, previa autoexclusión, qué organización o país es o no terrorista, qué sistema de gobierno es o no democrático y quien debe ser salvado de influencias malignas.
En esta película, el bueno es el actor central, que a la vez es el autor del guion, productor, director, distribuidor y dueño de la sala donde se exhibe. Los malos, somos quienes tenemos una visión diferente de esa realidad que nos quieren imponer y que creemos que es posible construir un mundo mejor.
* Miembro del Frente Regional Ciudadano en Defensa de la Soberanía, en Salamanca, Guanajuato.
Imagen de portada (ilustrativa): Vehículos del Ejército de Estados Unidos vigilan el robo de petróleo sirio en octubre de 2022. | Foto: IRNA.
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