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Jatzibe Castro*
Miércoles 5 de mayo de 2021
Luz
Cuando llegaste al mundo, la mamá de tu papá, que nació el último año del siglo XIX, tenía 60, podría decirse que era una mujer madura. Sin embargo, la recuerdas tierna e ingeniosa, cariñosa y delicada, pero viejita eternamente y casi siempre, enferma.
Era una mujer que proyectaba a la vez ternura y tristeza, secuelas de dos realidades que cohabitaron en su ser: una inagotable capacidad de amar al prójimo y a Dios, su refugio eterno, y el asesinato de su padre entre los brazos de sus hijos, hecho que marcó su ser interno y provocó emociones perenes.
Cuando estabas con ella le ayudabas en su estar, le traías café, la acompañabas a misa, la veías rezar y aprendías las oraciones que te enseñaba, escuchabas sus historias y te refugiabas en su compañía.
Uno de los recuerdos trascendentes en tu vida se encuentra en los tiempos en que ella cosía. Sentada a su lado la observabas atentamente, seguías sus movimientos al detalle, te encantaba e hipnotizaba su destreza. No recuerdas cuántas veces tu mirada se perdía en cada uno de los pasos con que llevaba al hilo por la ingeniería de la máquina hasta llegar a la ensartada. Pero antes de empezar a coser, veías cómo enredaba el hilo en la bobina, que luego metía en su lugar para preparar el mecanismo llamado lanzadera que permite que el hilo de la aguja se relacione con el de la bobina y se vayan formando las puntadas con las que poco a poco se van uniendo las partes de la tela a la que dan forma para modificar su naturaleza, hasta convertirla en vestimenta.
Te hechizaba ver cómo tomaba la tela y con sus uñas un poco largas y duras marcaba los dobleces, cómo metía y sacaba los alfileres que a veces detenía entre los dicentes, cómo tomaba las tijeras, que veías inmensas con tus ojos de niña, de la pura puntita para cortar el hilo cada vez que terminaba una costura. Apreciabas cómo armaba las prendas que luego te ponían y lucías con el fruto de su creatividad.
Ese ir y venir de sus manos de viejita, arrugadas, largas, muy blancas y delicadas, te parecía un entramado encantador, una forma de crear, de darle a los demás su cariño, su inteligencia. Quién sabe qué tanto ella se daba cuenta de tu presencia, de lo que te enseñaba sin percato, estando absorta en la complejidad de movimientos por medio de los cuales pasaba del pensar al hacer y unir los trozos de tela con los hilos que formaban las puntadas. El coser para ella era su forma de darse a los demás y olvidar, aunque sea por momentos, sus males y los recuerdos que los generaban.
Años después, te diste cuenta que todas esas tardes que pasaste observando la forma en que tu abuela cosía, fueron el modo en que aprendiste, sin percatarte, a hacer lo mismo. El día que te sentaste frente a aquella máquina que heredaste, supiste sin saber cómo, llevar al hilo por donde debía hasta llegar a la ensartada y luego la cosida. También alisabas la tela con las uñas, medio largas y duras, y cortabas con la pura puntita de las tijeras.
Jesusita
En otras latitudes, el año ocho del siglo XX nació la mamá de tu mamá, tenía 51 años cuando tú naciste. Ella fue fruto del segundo matrimonio de su madre, quién enviudó tres veces. A esta abuelita también la viste siempre viejita, pero con una energía que desbordaba a cada instante. Percibiste la fuerza en su carácter y su eterno ceño fruncido, aprendiste a escucharla hablar sin rodeos, con arrojo, adusta y querendona. Sentiste su cariño con hechos solidarios, brindando el fruto de su esfuerzo cotidiano. Sabías que su vida fue el trabajo desde muy jovencita. Ella pensaba que, para hacer las cosas, había que hacerlas, y las hacía, por ello la recuerdas siempre activa, haciendo de todo: lavaba a mano en la azotea mientras ustedes jugaban y corrían, tendía las camas, alzaba la casa, cocinaba, lavaba trastes, sacudía, barría y trapeaba, planchaba, iba a la tienda y al mercado, arreglaba el jardín, además de cuidarlos a ti y a tus hermanos y también regañarlos si se portaban mal, gracias a lo que, sin saberlo, mostraba tenacidad, fortaleza, energía y amor. Te encantaba ver su sonrisa después de que se enojaba, los regañaba y se arrepentía, era una sonrisa tierna y pícara que contrastaba con su adustez, era como si dejara salir el alma de niña que traía adentro.
Desde que recuerdas, esta abuelita traía el cabello corto, con canas al natural. Usaba vestidos de algodón con estampados alegres y a la vez discretos, casi siempre ropa sencilla, muchas veces con delantal, y cuando algún suceso lo ameritaba, era muy elegante y se veía guapísima, siempre lo fue y también corpulenta, con fuerza en sus movimientos, en su mirada y en su andar. Tenía su hogar al punto: limpio, cuidado y en orden. Además, cosía cosas sencillas a mano y a máquina, y tejía carpetas decorativas.
Cuando enviudó, tu abuela viajó con su pensión: recorrió su país, volvió a algunos lugares donde vivió con tu abuelo, donde fortaleció afectos e hizo algunos nuevos, era platicadora y muy amiguera. Recuerdas cómo reía, conversaba, se entregaba a la vida con más libertad que cuando estaba el abuelo. Con ella tuviste tus primeras lecciones de cocina, aprendiste el amor por las plantas, el orden y la limpieza, también a planchar, tender camas, tener tus cajones ordenados y mucho más y algo que siempre agradecerás es que empolló en ti el gusto por viajar. Cuando tenías 15 años te preguntó qué querías de regalo: un viaje a Estados Unidos o la cirugía plástica de su nariz. ¡Qué sorpresa! No dudaste, escogiste el viaje, aunque de inmediato te fuiste a mirar en el espejo ese rasgo que para ella era algo que había que arreglar. Nunca antes lo pensaste, después del viaje, menos.
Después del recorrido por tus recuerdos, reconoces de dónde vinieron algunos que creías habilidades y vocaciones divinas, todo tiene un origen y, si somos afortunadas, las abuelas transmiten, las nietas observamos y en el día a día de aquellos tiempos somos niñas compañeras y a la vez, aprendices.
* Jatzibe Castro es pintora y escritora.
Instagram: Jatzibe_Castro
Imagen de portada: Tiempo. | Autora: Jatzibe Castro.
13 Comentarios
Me encantó!
Re-conocer.
Tan cierto y profundo
Que bonitos recuerdos me encantó, con las dos abuelas hermosas vinieron a mi mente exactamente lo que describiste y muchas anécdotas y recuerdos por ejemplo el día en que Laura y yo nos casamos saliendo de la iglesia nos fuimos directos con mi abuelita Luz a su casa para que ella nos diera su bendición lo tengo tan presente Que hasta una lágrima me salió, de doña jesusita exactamente como la describiste es como la recuerdo y en una ocasión dormimos en su casa mi papá y yo y nos hizo un rico desayuno. Te mando besitos prima gracias por llevarme en el tiempo
Hermosos recuerdos de las abuelas.
Mi abuela Fina siempre sentada en su sillón tejiendo. Mi abuela Melba leyendo la biblia.
Gracias Jatzibe. Un abrazo
Que lindos recuerdo
¡Ah las abuelas! Yo a cada rato pienso en qué tipo de abuela quiero ser, si es que llego a serlo, jajajaj!
Gracias por compartir.
Estamos igual Finny, y si nos toca daremos mucho amor!
Luz y Jesusita, para mi dos grandes mujeres y también mis abuelas puedo decir que describes tus experiencias, tus vivencias y tus sentires, con enfoques distintos porque lo haces como nieta y yo como su nieto, pero para ambos géneros dejaron grandes enseñanzas, dejaron huella con base en el amor.
Tu escrito Jatzibe me revela como en película una buena y hermosa parte de mi vida, con la narrativa perfecta.
Y secundo el comentario de Finny pero me gustaría también dejar huella en mis nietos si los llego a gozar, porque me gusta cuando escucho la expresión; “de mi abuelo (a) aprendí y me gusta …esto. aquello . “
Hay algo que no quiero omitir en mi reflexión sobre tu escrito; por nuestros abuelos, ustedes que siempre fueron los más lejanos en distancia, a su vez hijos del hijo más alejado, son más expresivos y los rememoran con gran cariño que los que estuvimos siempre en cercanía con ellos.
Gracias Jatzibe, un abrazo y felicidades !!
Julián, sé que fuiste un nieto muy querido de ambas abuelas! Y serás un gran abuelo!
Preciosa percepción de tus abuelas
Soy abuela y aspiro a sembrar algún sentimiento positivo en mis nietos que les dure por siempre
Yo conservo de mi abuela materna, la única que conocí, el aroma de su casa a comida deliciosa y claro el cariño y amor por sus nietos
Te felicito Jatzibe, expresas tus sentimientos de forma entrañable
Estoy segura de que eres una abuelita muy querida Rosa Elia! Abrazos
Quise leer este escrito dándole el tiempo necesario para deleitarme al hacerlo, por eso hasta ahorita lo hago.
Se describe la heredad de todos los dones que el abuelo (a) pasa a otras generaciones, yo quisiera dejar mis mejores dones a mis nietos.
Me gustó muchísimo, gracias por transportarme en el tiempo y valorar lo que vivimos y aprendimos con los abuelos
Me encantó