El folclore a la vanguardia o ‘how to recover from the cover’
Elena Arriola
En mi juventud temprana tenía un par de cosas claras sobre el folclore: 1) Que no puede ser novedoso (ya se verá que ésta es una falsa obviedad) y 2) que por esta misma razón sólo puede ser del gusto de viejos y/o extranjeros. En el caso de los primeros, la razón es que no suelen buscar ya sorpresas o provocaciones sino recuerdos, mientras que a los segundos los mueve la curiosidad y los fascina poder acceder al carácter de un pueblo mediante ésta llave estética.
¿Pero que hay para los jóvenes locales? ¿qué puede ofrecerles a ellos el folclore? Recuerdo estar decidiendo si ir o no a la Alhóndiga de Granaditas a ver el ballet de Amalia Hernández, invitado casi obligado del Festival Cervantino. La decisión fue rápida: ya había visto suficientes veces cómo se bailan “La bruja” y “El jarabe tapatío” y aunque me gustaban los bailes no podría haber mucho de nuevo, nada que no pudiera ver otro año. El razonamiento era idiota, como lo sería no ir a un concierto de mi cantante favorito porque ya lo he visto antes o no escuchar más la “Tosca” de Puccini porque se la ha escuchado muchas veces y se la escuchará muchas más. Ahora me queda claro que en lo que antes vi como simple repetición de un número, hay siempre una interpretación, de cuya suerte depende la calidad del espectáculo.
Sin embargo el asunto no me parece trivial, pues la diferencia entre repetir algo e interpretarlo es difusa y en esa sutil diferencia se basa el mérito o desmérito de un ejecutante. Es más interesante el tema en tanto que parecemos vivir en la era del “cover”, es decir del ejercicio de revivir una vieja canción y hacer una nueva versión de ella. Lamentablemente este ejercicio que en algunos afortunados casos logra el objetivo (es decir, darle vida nueva a algo olvidado o demasiado estéril para provocar emoción alguna) se ha convertido en sinónimo perfecto de ‘mediocridad’. Es la solución fácil de un montón de ídolos juveniles que no tienen no se diga ya el talento para crear sino siquiera la sensibilidad para interpretar algo. El cover al que nos han acostumbrado estas “estrellas” es una labor de corte y confección mal lograda, un collage horrendo que no muestra nada.
Para mi melómana y folclórica fortuna, el pasado 28 de agosto tuve la oportunidad de asistir al SZIN, uno de los festivales musicales más importantes de Hungría, donde pude comprobar que para el cover y la música popular hay esperanza. Para el uno, la esperanza de ser un producto artístico y evocador, que logre transformar lo tocado y darle un sentimiento nuevo y para la otra, la esperanza de no perecer o quedar reducida a pieza de museo.
El SZIN presenta a bandas húngaras, con algunas pocas excepciones. Se trata de grupos de gran éxito en el país, principalmente entre los jóvenes. Entre bandas de metal, música psicodélica y otras más de punk y pop adolescente encontré una joya local llamada Csik zenekar (La banda Csik), nada más y nada menos que de música folclórica. Me enteré que el grupo no sólo es popular (en dos sentidos) sino que además ha sido ya reconocido con importantes reconocimientos como el premio nacional “Kossuth dij,” que se entrega a los artistas más destacados del país. Su música tiene el evidente y esperado tinte gitano, con sus violines y su címbalo. La completan acordeón, chelo, guitarra, clarinete y dos vocalistas; el masculino fundador del grupo y la femenina, de voz franca y enraizada.
Csik Zenekar revive viejas chardas y otros estilos de pueblos remotos y las ha hecho de nuevo interesantes no sólo para el público mayor sino también para los jóvenes, algo que se hace patente con el entusiasmo con el que siguen su interpretación durante el SZIN. Después de todo no parece fácil que el folclore distraiga a los adolescentes de la gritería del punk. Además de los viejos sonidos del pueblo, la banda es famosa por sus “covers” de canciones populares en el otro sentido, es decir, canciones de moda. Así transforman el pop en algo verdaderamente innovador, prestándole el suelo del folclore y el viento de la interpretación basada en el sentimiento.
La música folclórica, la siempre viva, puede ser además exitosa, eso lo demuestra esta banda húngara pero no es única. Pienso por ejemplo en ese mismo Festival Cervantino, en esa misma Alhóndiga que cada año estuvo de gradas pletóricas con los Leones de la Sierra de Xichú, otros creadores incansables quienes han apostado todo por el éxito de lo tradicional, quienes también creen que para volar primero hay que echar raíces.
1 Comentario
¡Qué música tan padre! …además tu artículo me hizo querer estar ahí también. No sé si sea algo «europeo», pero acá (en Holanda) la gente TODA, joven y anciana, parece apreciar SU música, su folclore, sus «viejas» canciones. ¡Felicidades por vivir esas experiencias y por plasmarlas tan vivamente por escrito!