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NO TODO ESTÁ PERDIDO
Agustín Galo Samario
Todavía no es tan notorio en Guanajuato, pero desde hace muchos años existen en el país movimientos sociales que defienden todo tipo de causas. Van desde las luchas contra la contaminación de suelos, aguas y mares; la deforestación de los bosques, las devastaciones causadas por los proyectos mineros; los megaproyectos para la construcción de presas hidroeléctricas, para el trasvase de agua y de campos de energía eólica. Son notorias, al día de hoy, las que se libran contra las grandes reformas constitucionales, los transgénicos, las injusticias sociales y, en general, por los derechos humanos.
Son tantas las batallas de miles y miles de personas en México por las violaciones a los derechos de todos, que los movimientos sociales se han multiplicado de forma explosiva desde hace por lo menos tres décadas. Más allá de los temores de la clase política que gobierna los estados y el país entero a una sociedad activa, que se explican por los distintos intereses que mueven a una y a otra, llama la atención que quienes integran las distintas organizaciones civiles no puedan unirse en un objetivo común.
Hay muchos asuntos que nos han partido la vida, como dice el activista Jesús Robles Maloof. Pero el problema, como con palabras distintas sostiene Omar García, sobreviviente de la noche de Iguala, es encontrar un piso mínimo, el acuerdo básico que haga posibles los cambios que se necesitan para un México democrático y que responda a las aspiraciones y anhelos de los mexicanos. Quizá saber y reconocerse a sí mismos como personas que no necesitan depender de nadie para ser y construir el país que se quiere.
Sin olvidar la cabeza de la hidra que atenaza a nuestra nación, aun en medio de la noche no todo es oscuridad. Guanajuato mismo es uno de los estados que llama al optimismo. Se dice que, quizá por el carácter de su gente, no se caracteriza por su activismo social. Acaso se olvida que los guanajuatenses, como los oaxaqueños, han jugado un papel importantísimo en la historia nacional. Aquellos, no sólo en la etapa de la Reforma, sino que se saben poseedores de una cultura milenaria y parte de pueblos originarios nunca conquistados. Los de Guanajuato, semillas sin las que sería imposible entender la revuelta que nos dio la independencia. Oaxaqueños sin reposo en la lucha por un mejor destino; guanajuatenses pacientes, sin estridencias, capaces de estallar cuando las injusticias rebasan los límites de lo tolerable.
En Guanajuato vuelve a haber un importante movimiento social por la defensa de los derechos de las personas y que no para de crecer. Por eso a los activistas se les vigila. El problema, sin embargo, es el mismo que a nivel nacional: hallar el acuerdo mínimo que una sus luchas. El sueño que persiguen muchos de ellos y que parece no ser imposible.
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