SOMOSMASS99
Víctor Corona*
No tengo ni idea de dónde venga ese nombre. Pero nombres de este tipo nada más los he oído en la colonia. Yatzumi, Yajaira o Jetzemani. Tienen identidad de barrio. De las decenas de amigas de mi sobrina, Yatzumi es de las pocas que siguen yendo a visitarla. Desde que recuerdo, muchas niñas se paseaban por la casa riendo y hablando entre muñecas, churritos con chamoy y muchas telenovelas. Entre platos de juguete, vasos de plástico, cocinas improvisadas de cartón. Le decía a mi hermano que, de pronto, de un año a otro, las niñas fueron desapareciendo de la casa e irrumpieron los amigos. Esos amigos se hicieron novios de las amigas y las cosas cambiaron. Dejaron de jugar con sus muñecas para buscar los rincones más oscuros de las calles para expresar sus deseos más profundos con besos y caricias que, adivino, debían ser más torpes que otra cosa.
Como moscas que sucumben a la luz luminosa de los restaurantes, hemos visto caer a muchas de estas chicas. Caer es un decir. No han caído, siguen en pie a pesar de las embestidas del destino. Pero los catorce fue la línea divisoria que separó brutalmente a estas Yajairas de su infancia para convertirse en madres. Niñas sosteniendo niñas en brazos. Niñas que se suben a microbuses sobreocupados con niños encobijados de los pies a la cabeza, independientemente de la temperatura. Como un instinto de protección, supongo. Entendiendo que fuera de esas mantas todo está corrupto. Todo está contaminado.
– Las mushashas embarazadas shiquitas se miran bonitas. Viejas se miran mal. Dice mi sobrina e intento hacer como que no oigo. No quiero saber lo que debe significar ser viejo para ella.
Las historias de embarazos de niñas siempre me han afectado. Desde que era adolescente hasta ahora. Mi instinto me decía que eso era algo serio. Afortunadamente mi aspecto nunca fue atractivo para nadie, ni en el barrio ni fuera de él. En caso contrario, no estoy seguro que hubiera salido bien librado de esta historia de embarazos prematuros. Tengo más de un amigo que no pudo evitar (¿cómo hacerlo?) embarazar a su cholita de turno. ¿Qué hacer en esas largas tardes de verano cuando no hay absolutamente nada que hacer en los desiertos de polvo y concreto que hemos fabricado? ¿Qué hacer en esos barrios de Yovanis y Yajairas en los que ni la orografía te permite jugar un partido de futbol? Las esquinas suspiran, jadean dedos y faldas levantadas. Pantalones bajados con respirar entrecortado que arrancan pantaletas, agujeran vestidos, medias y lo que haga falta para entrar. Por poco que sea, pero entrar. Desgarrar y alojarse en el calor. Chupar el lóbulo de la oreja y dejar ir, aunque sea de forma casi instantánea, ese resquicio de felicidad. Esas gotas de placer que nadie (y eso es lo shilo) nadie te puede negar. No importa que seas gordito, o flaco como el más crico de los cricos.
Carnal, me salvé. Te salvaste. O nos salvamos. Bueno, tampoco puedo asegurar que mi vida, o la tuya, sea mejor que la de mucha de esta raza. Al menos por ahora, no estamos yendo a dejar nuestras cosas a esas cuevas de abuso llamadas casas de empeño. Fotografías de la miseria. Tú en tus cosas, que no entiendo muy bien. Yo en las mías, que entiendo menos quizá. Pero con una cosa segura, que la paternidad es una cosa maravillosa cuando puede ser fruto de la elección. Cuando es parte de un proceso que comienza por el amor. Y aunque siempre hay una pizca de casualidad (en mi caso poco, debo admitir), creo que es ideal que los hijos lleguen cuando están siendo esperados. Es por eso que la historia de Yatzumi, desde que la conocí, no deja de sorprenderme.
Me niego a creer que una mujer puede ignorar que está embarazada hasta el momento de dar a luz. Me niego a pensar siquiera en la posibilidad de que una mujer, por ignorante que sea, no sepa interpretar los cambios de su cuerpo que se prepara para traer a otro ser. No señor, no son los tacos de Don Villa que se te han indigestado. No son gases ni cólicos. Es más bien fruto del amor buscado en esa noche de calentura. Son los años y años ausentes de amor de padres y hermanos los que dejan el terreno plano para que cualquiera que dice quererte haga lo que le plazca contigo. Porque las morras del barrio también quieren ser protagonistas de las telenovelas. Porque las morras del barrio, con sus barrigas de desnutrición y sus pieles manchadas resanadas con kilos de maquillaje, quieren sentirse bellas y deseadas también. ¿Qué importa si conduce un microbús, reparte el agua o reparte pizzas? Es mi bato y es bien bravo y si te pasas de reata te parte toda la madre, pendejo. Mi bato está bien chiludo y se agarra a vergazos con quien haga falta y se la pela la policía.
Y entre más me cuentan más me sorprende. El padre, un repartidor de pizza de 18 años que ya tiene 3 hijos más. Uno de ellos con una vendedora de donas que trabajaba al lado de la pizzería. Está guapo el mushasho, la verdad, dice mi mamá con cierta gravedad, como justificando el orden que tomaron las cosas. ¿Dónde está el padre? A quién le importa. En San Quintín. En Guerrero Negro. En San Vicente. Cualquier lugar de esos, que en un país como el nuestro, es como estar en Libia o en Siria en plena Guerra Santa. Es más, es probable que ya esté muerto. O peor, que ya sea padre otra vez. Quizá sea abuelo a los 30.
Hoy es sábado y los vendedores ambulantes de donas, churros, tamales, aromatizantes y demás lo inundan todo con su ruido. No puedo decir que hace calor porque me quedo corto. El día se derrite. Encima, los perros no dejan de ladrar y los sonidos reventados de los vecinos ya anuncian fiestas duraderas con mucho alcohol. Yatzumi está en casa, con su niña en brazos y tiene ganas de salir. Tiene ganas de fiesta. Las amigas de Nadia se preparan para ir a tomar algo con sus novios al malecón. No me sorprendería que se preparen a jugar el mismo juego de la ruleta rusa que Yatzumi jugó y que perdió. Las mushashas le preguntan a Yatzumi si creen que el “mango-mango” es un lugar en el que puede ir un bebé. Ella dice que sí, que se dormirá y no molestará. Las otras la ven de forma incrédula e intentan convencerla de no ir. Alguien le dice, Yatzumi, no le puedes dar jugo Jumex, está muy shiquita.
Yatzumi se retrae.
Yatzumi se congoja.
Yatzumi siente rabia y sacude a su niña para que se duerma.
Yo desde un rincón observo el cuadro como si se tratase de un incendio del que nadie podrá sobrevivir. Con un llanto sofocado, como el humo que sigue quemando las montañas, pienso en voz muy muy baja…“Duerme por favor pequeña, que tu madre quiere salir. Que tu madre aún tiene ganas de noche”.
* Víctor Corona estudió Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Guanajuato, México, y el doctorado en la Universitat Autònoma de Barcelona, España. Actualmente es investigador en la Universitat de Lleida.
Imagen de interiores: Pixabay.
Foto de portada: Red Elige.
1 Comentario
Niñas y niños…
No sé qué decirte.
Niñas y niños…