«Por qué Rusia no acaba de una vez con esto»?

Recorremos habitualmente zonas semiaisladas o descuidadas de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk. Son pequeñas comunidades recién liberadas a las que no llega aun la asistencia humanitaria organizada y sistemática. Gente que no tiene nada, ni puede ir a ninguna parte, y a quienes llevamos una modesta ayuda en alimentos y agua en un furgón Uaz («Bujanka») comprado por el periodista ruso Nikita Tretyakov con ese sólo fin.

La ayuda se financia con contribuciones privadas de usuarios del canal Telegram de su agencia de noticias Regnum. El proyecto lleva tres meses y hemos hecho hasta ahora 18 viajes, a menudo por zonas minadas y bajo ataque constante. Casi siempre nos guían soldados de las milicias que encontramos por ahí, y que conocen bien el terreno, para evitar las minas dejadas allí por los ucranianos.

En el trayecto, reporteamos. Hablamos con las personas, casi nunca con funcionarios. Nos cuentan que muchas veces han podido sobrevivir porque los soldados rusos y milicianos comparten con ellos sus raciones de comida y agua. Este solo hecho, reiterado, marca una diferencia notable con el comportamiento de los batallones nazis y de las tropas ucranianas.
Hay agradecimiento, pero también pena. Han perdido mucho, y tienen urgencia en rehacer sus vidas. La pregunta que se va repitiendo más y más es: «¿Por qué Rusia no acaba de una vez con esto?»

Esta misma pregunta se hace aun más urgente en la región de Zhaporozhye, donde se ubica la central nuclear más grande de Europa, construida por la Unión Soviética en los años 80, y que desde hace tres semanas es objeto constante de ataques ucranianos, e incluso intentos de apoderarse de ella por sorpresa.

En todos lados causan risa las afirmaciones del presidente de Ucrania, Volodymir Zelenski, que los rusos se bombardean a sí mismos y a su propia gente para culpar a Kiev.

La escala de este conflicto es pequeña, si se quiere ver así. Rusia no ha comprometido más de 150 mil soldados profesionales, que van lentamente venciendo a una fuerza numéricamente muy superior. No ha usado Moscú todavía su inmenso poder militar.

Para dimensionar la escala, conviene retroceder a agosto-septiembre de 1943, cuando la misma zona de Zaporozhye era escenario de la batalla por el rio Dnieper, entre soviéticos e invasores alemanes. El frente se extendía por 1300 kilómetros. En la batalla participaron cuatro millones de soldados y murieron cerca de 400 mil en menos de un mes de combates.

«Cuatro misiles a la Rada (Parlamento) y a los bancos en Kiev y esto se acaba», me dijo un vecino de Pervomaisk (Primero de Mayo) en la RP de Lugansk, tras un insólito ataque a un edificio residencial, un cohete Himars de la OTAN, que destruyó nueve pisos de un solo golpe.

El vocero militar de Donetsk, Eduard Basurin admite que los nuevos obuses de 155 mm y los lanzacohetes múltiples Himars presentan un problema que no tiene solución táctica: son de alta mobilidad, se disparan de distancias lejanas y es muy difícil ubicarlos. Por eso, dijo, la respuesta se concentra en los depósitos de municiones y bases militares.

Para el Jefe de Gobierno de la RP de Donetsk, Denis Pushilin, el dilema de los nuevos armamentos de la OTAN en manos ucranianas plantea la necesidad de ampliar la zona de seguridad de la república a por lo menos 70 o incluso 130 kilómeros de las fronteras. O sea, cerca de Kiev.

Moscú asegura que todo va de acuerdo a su plan, y que se cumplirán todos sus objetivos, sea por negociaciones o por la fuerza: desnazificación, desmilitarización y neutralidad de Ucrania. Para Rusia, esta es una «operación militar especial» limitada, no una guerra total, que involucraría la movilización de reservas y un ataque frontal a todo el territorio ucraniano.

Tan es así, que en el curso de la Operación, el ministerio de Defensa ruso ha organizado juegos militares internacionales y una conferencia internacional de seguridad y defensa, y en estos días tienen lugar maniobras combinadas de amplio alcance en el extremo oriente, con participación de varios países, incluida China.

La facilidad aparente con que la artillería ucraniana golpea, está al parecer destinada a crear la impresión mediática de que han logrado detener el avance ruso, que están recuperando territorio, y que ellos tienen la iniciativa estratégica. Tal era la convicción de un grupo de periodistas occidentales que llegó hasta la zona en días pasados, para unirse a un tour del Ministerio de Defensa ruso en el Donbás y Zaporozhye.

En el campo de batalla, sin embargo, los intentos de contraofensiva han fracasado, incluidas dos incursiones de comandos a través de un lago para apoderarse por sorpresa de la Central Nuclear, coincidiendo con la visita de una comisión investigadora de la Agencia Internacional de Energía Atómica de la ONU, presidida por el argentino Rafael Grossi.

Ucrania heredó de la URSS una industria potente, así como tecnología y ciencia avanzadas, pero hoy es un país empobrecido por 30 años de abandono, saqueos, corrupción y desindustrialización. Es visible cuando se recorren los territorios hoy controlados por Rusia. El país depende enteramente de Occidente para pagar sueldos y salarios, y mantener la guerra. En los últimos seis meses ha recibido -en calidad de préstamos y ventas- asistencia similar a todo el presupuesto militar anual de Rusia.

No obstante, todas las consideraciones geopolíticas carecen hoy de importancia para los ciudadanos comunes que viven bajo el azote de la artillería. Como muchos, el primer secretario del Partido Comunista de Donetsk, Boris Litvinov, opina que Rusia debe aumentar la fuerza del ataque y dirigir su estrategia hacia donde se toman las decisiones: Kiev. Para Litvinov, Ucrania ha demostrado que es un Estado que no justifica su existencia, y debe ser desmantelado cuanto antes.

Muchos por aquí coinciden con él.


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* Publicado originalmente el 5 de septiembre de 2022.

Fotos de portada e interiores: Alejandro Kirk / Pressenza.