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Esther Sanginés García*
Miércoles 26 de junio de 2019
El segundo viaje de Colón, las primeras Villas, preámbulo del tributo y la esclavitud
Diligentes fueron los reyes Isabel y Fernando para adueñarse legal, que no legítimamente, del nuevo mundo, seguros como estaban de que las tierras encontradas por Colón les pertenecían. El tratado de Tordesillas y las oportunas bulas del Papa español Alejandro VI justificaron ante los europeos “sus” derechos sobre la libertad, la vida y la muerte de los habitantes de este lado del océano. Al regresar Colón de las Antillas, la ambición expansionista de los reyes se desplazó del Mediterráneo, amenazado por los turcos, hacia el Atlántico, más allá de las Canarias, a “las Indias”, para “descubrirlas” y asentarse en ellas, con el sueño de una España que rompiera el espacio y se expandiera sin límites.
Desde Barcelona prepararon una armada, organizando hasta los más mínimos detalles, al mismo tiempo que generaban el monopolio de la migración, centralizando y controlando cada movimiento; con reales provisiones que prohibían viajar a las Indias o comerciar con ellas sin su licencia (Real prohibición, 30 de marzo de 1494).
Esos reyes, acostumbrados a guerrear, descubrir y conquistar, se adueñaron de lo que sería la América española persiguiendo la extracción de riquezas, el comercio y la evangelización, así que se aseguraron de la absoluta fidelidad de quienes en el segundo viaje acompañaron a Colón. En las naves se embarcaron espontáneamente numerosos nobles, intrigantes, ambiciosos, de honor y lealtad indiscutibles. [1]
Una villa española allende el mar
Buscaron 20 hombres de campo con ganas de probar fortuna, uno que supiera hacer acequias, que no fuera moro, y artesanos de los más diversos oficios que representaran a la sociedad peninsular, incluidas mujeres y niños; 20 lanceros (lanzas jinetas), con sus monturas, algunas yeguas, un físico, un alguacil de los reyes, los capitanes generales, un oficial de los contadores mayores que debía ir en cada navío para que registrara en un libro tanto las personas que iban en la nave como el cargamento depositado en ellas y, una vez en Indias, comprobara que todo estuviera correcto. [2] Los seis indios que llevó Colón a España iban aprendiendo el castellano, fueron los primeros intérpretes.
¡17 naves con mil 500 hombres a más de mujeres y niños! El esfuerzo era superior a la capacidad económica de la Corona. Cumplir con la ambición expansionista, que se había acentuado con la reconquista de Granada, implicaba superar muchos obstáculos. Para la expedición se requería una fuerza armada que hiciera posible un asentamiento.
A Colón se le confirmaron privilegios, se le nombró Capitán General de la Armada, se le permitió llevar una pequeña “corte” particular con diez escuderos y 20 personas afines. Le acompañó su hermano Diego. Como cualquier otro virrey y gobernador, estaba facultado para actuar en causas criminales, con poder para que sus oficiales investigaran las quejas y aplicar justicia en nombre de la Corona. El 28 de mayo de 1493, los monarcas concedieron a Colón poder para nombrar la terna de los oficios de gobierno en las Indias; “tres personas para cada ofiçio, e que nos nonbremos e proueamos al vno dellos de tal ofiçio”.
Pidieron los reyes a Colón que atrajera a los nativos hacia la fe católica, y en su ayuda enviaron como nuncio Papal al padre Boyl, a Fray Ramón Pané, autor de un importante documento testimonial [3], y otros 13 religiosos; les encomendaron que trataran bien y amorosamente a los indios sin que les hicieran enojo alguno, y encargaron al Almirante que castigara duramente a quien los tratare mal.
Y desde nuestro tiempo podemos preguntar: ¿había peor trato que apropiarse de sus tierras?
El gestor de los reyes se mostró muy eficaz, al conseguir los fondos necesarios sin que los obstáculos le hicieran desistir de su misión. Los súbditos españoles se involucraron en los preparativos del segundo viaje, en cinco meses: “… en un país en que el medio de transporte más rápido era la mula” se equipó la flota “con los bastimentos, aparejos de repuesto, caballería y armas para un viaje de ida y vuelta… para reclutar los obreros y artesanos requeridos y reunir las plantas, semillas, animales domésticos, herramientas e implementos necesarios para fundar una colonia minera y agrícola y trasplantar la civilización española a las indias«. [4]
Los reyes utilizaron todos los medios para financiar la expedición: las rentas de la Corona, los bienes de los judíos recién expulsados de Granada, eximir de impuestos a las mercancías destinadas al aprovisionamiento, donativos directos y algunas artimañas más.
El contraste con el primer viaje es espectacular, los de a bordo y los que se quedaban estaban de fiesta. “Se oían resonar en el puerto las entonaciones de los marineros, izando velas o levantando anclas; y el bullicio de muchas gentes de varias clases despidiéndose de sus amigos y apresurándose a llegar a bordo, con la esperanza de un viaje feliz y de una triunfante vuelta (…) todos animados, y llenos de vivas esperanzas. En vez de mirarlos el populacho como víctimas de una oscura y desesperada empresa, los contemplaba con envidia, como dichosos mortales destinados a vivir en doradas regiones y climas venturosos, donde los esperaban opulencia y delicias, y maravillas sin cuento«. [5]
Las 17 naves que salieron de Cádiz el miércoles 25 de septiembre de 1493, hicieron un alto de seis días en las Canarias para aprovisionarse de: becerros, cabras, ovejas, gallinas, cerdos; leña, azúcar, pepitas y simientes de frutas, naranjas, limones, melones, hortalizas, cereales; trigo, avena, centeno, que serían el origen de la ganadería y algunos cultivos americanos. Los insumos para las misas y el vino de consagrar venían desde Cádiz.
En ese segundo viaje los pilotos siguieron los vientos alisios y las corrientes de las Canarias, aconsejados por los taínos, inaugurando el itinerario definitivo entre España y América. Tras superar una tormenta que los dispersó momentáneamente, el 3 de noviembre vieron costas antillanas. [6]
Las primeras paradas fueron en las islas Guadalupe y Marigalante, habitadas por caribes, al parecer caníbales; suerte tuvieron los navegantes al llegar en la época en que los caciques salían con sus canoas y guerreros en busca de provisiones humanas, dejando en las islas a mujeres y jóvenes cautivos procedentes de Borinquen. Un capitán que exploraba por su cuenta, se perdió durante ocho días; al regresar maltrecho y hambriento fue puesto “en cadena”, a sus acompañantes se les castigó en sus raciones de comida.
En ese segundo viaje Colón tomó posesión en nombre de la corona española de cuanta isla encontró, pues seguía vigente en la península una vieja ley del Rey Alfonso X. “Pocas veces acaece que se fagan yslas nuevamente en la mar. Pero si acaeciese que se ficiese y alguna ysla de nuevo, suya dezimos que deba ser de aquel que la poblare primeramente”. [7]
Las Antillas fueron la premonición de la llamada conquista. El choque cultural y sanitario fue violentísimo. Las islas estaban habitadas, unas por caribes, tal vez practicantes del canibalismo ceremonial, bravos, valientes, otras por los taínos, agricultores y pescadores pacíficos. Los caribes atacaron a los invasores y lucharon hasta vencer o morir, en cambio los taínos dialogaron a través de los intérpretes, comerciaron, querían cascabeles, espejos, cuentas de vidrio.
Una canoa de taínos les dio alcance en el mar. El cuñado del cacique Guacanaguari subió a la Marigalante, entregó a Colón y a Antonio de Torres carátulas de oro; con el regalo iba la noticia envenenada: no había sobrevivientes en el Fuerte Navidad, unos habían muerto de enfermedad, otros atacados por el cacique de Cibao, Caonabó, que no les perdonó los excesos de avaricia, codicia, y lujuria.
El Almirante recorría la nueva geografía, localizaba las islas de los caribes, dibujaba la carta náutica que había prometido a los monarcas. Durante un mes buscó el lugar ideal para fundar una Villa. Entre los últimos días de 1493 y los primeros de 1494 se fundó la primera villa española en América: La Isabela, en honor a la reina. El puerto parecía bueno, el suelo fértil, las aguas proporcionaban excelente pescado, y el clima se presentaba templado y suave. La realidad se encargaría de decepcionarlos. La Isabela se construyó a marchas forzadas, un muro y edificios, la casa-aduana para llevar un control riguroso de las mercancías. El edificio para bastimentos y municiones de la armada, una iglesia, un hospital. Colón repartió solares, ordenó calles y plaza. Los edificios públicos se hicieron de piedra, los demás de madera y paja. Los indios vecinos, amistosos les llevaban provisiones a cambio de bagatelas.
El apremio para edificar la villa, preparar los campos, plantar jardines y huertas, agobiaba a quienes necesitaban adaptarse al clima, reponerse y descansar de un largo viaje con alimentos racionados. Momentos difíciles, ante un almirante inquebrantable, el 6 de enero, día de Reyes, en la iglesia terminada se celebró una misa solemne cantada por los 13 sacerdotes. Mal ubicada estaba La Isabela, aunque la rada estaba protegida de los alisios, se abría al norte, los barcos mayores no podían anclar y el agua potable distaba más de una milla, el río no era navegable.
Había que pedir auxilio a la Corona y al mismo tiempo mantener vivo el interés de los reyes. El 2 de febrero de 1494 envió Colón a la península doce naves al mando de Antonio de Torres; Colón informaba a los monarcas de la escasez de víveres y la dificultad de los españoles para aclimatarse, pidió provisiones urgentes. Torres partió con todas las muestras de riqueza que se pudieron recopilar del entorno, la información cartográfica solicitada por los monarcas, y 26 indios: hombres, mujeres, niños y niñas, tanto caribes como taínos, para que se ejercitaran en el servicio, aprendieran español y la doctrina cristiana a fin de que pudiesen ser bautizados y sirvieran como intérpretes. Llevaba documentos y cartas de nobles, del padre Boyl, tanto a los reyes como al cabildo de Sevilla y a particulares.
Los monarcas enviaron diligentemente tres carabelas capitaneadas por Bartolomé Colón, con todo tipo de provisiones, animales, semillas y armas: 200 corazas, 100 espingardas y 100 ballestas. Además de materiales para elaborar allí mismo los productos, pues había artesanos de casi todos los gremios.
La ayuda por la que clamó Colón tardó en llegar. Los nobles estaban ofendidos, cansados por el trabajo duro e indignados porque, según ellos, se les trataba como plebeyos; instigados por Bernal Díaz de Pisa, lugarteniente de los contadores mayores, decidieron apoderarse de las naves para volver a España. A pesar de estar enfermo, Colón pudo controlarlos y poner a resguardo a Don Bernal y la artillería y municiones en el buque principal. Nombró gobernador a su hermano Diego, le confió la defensa de las naves y el mando de la villa.
Resuelta la rebelión, protegidas las naves y las armas, ya restablecido de su enfermedad, Colón planeaba una expedición para conocer La Española, cuando un incendio acabó con dos tercios de La Isabela. Fue hasta el 12 de marzo de 1494 que se puso a la cabeza de cuatrocientos hombres bien armados, equipados con arcabuces, lanzas, espadas y arcos.
Salieron de la villa en tres carabelas, con las banderas desplegadas, al son de tambores y trompetas. Encontraron un lugar que les pareció ideal para levantar un fuerte: Santo Tomás. Tras tres días en que se construyó la base del asentamiento, dejó la fortificación a cargo del noble aragonés Pedro Margarit con setenta hombres, además de indios que les dejó en un primer “repartimiento” para que concluyeran las obras.
El 29 de marzo Colón estaba de regreso en La Isabela, los campesinos españoles seguían labrando la tierra, le mostraron espigas del trigo sembrado a finales de enero. La fertilidad del suelo los sorprendía. Las hortalizas estaban listas en tan sólo 16 días: calabazas, pepinos y melones, pero seguían faltando alimentos, los nobles eran carnívoros y glotones. Escaseaba el pan, se había terminado la harina, a falta de molino tenían que moler el trigo piedra contra piedra. Para mayores males, el 1 de abril, un mensajero de Margarit le informaba que los indios del repartimiento habían huido. El cacique Caonabó, en el corazón de sus montañas, reunió en secreto a sus guerreros preparándose para atacar a los intrusos.
Había que erradicar los intentos de rebelión india. Colón organizó un ejército de 250 ballesteros, 110 arcabuceros, 16 jinetes y 20 oficiales; el capitán Alonso de Ojeda debía llegar a Santo Tomás, donde permanecería como alcaide, con instrucciones para recorrer y pacificar la isla, visitar los territorios de los diferentes caciques, de manera que ni Caonabó, ni nadie más, se atreviera a enfrentarse a los españoles. En el camino, Ojeda apresó al cacique de la zona, junto a un hermano y un sobrino, los envío encadenados a La Isabela, mando cortar orejas a quienes se habían involucrado en un episodio de robo de ropa.
El 13 de abril de 1494 los monarcas escribieron a Colón ordenándole que enviara a Castilla a Bernal Díaz de Pisa, al que mantenía prisionero, y nombrara a otra persona para que desempeñase su cargo; también se dirigieron a los españoles de la isla en una real provisión para que obedecieran al Almirante.
La pacificación de los indígenas parecía un hecho; Colón que tenía vocación de explorador y comerciante, más que de administrador, decidió explorar la isla Juana (Cuba) y, desde el litoral que conoció en el primer viaje, navegar por la costa sur para averiguar si se trataba de tierra firme. Las peripecias y sus descubrimientos, tanto en el camino como en Cuba, son bien conocidos, se repite la sorpresa de los indios al verlos llegar, la comunicación por medio de intérpretes para decirles que son buenos amigos, la hospitalidad con que les comparten alimentos: fruta, pan de cazabe, pescado y serpientes. Les pagan con cuentas y cascabeles. Oro, ¿dónde está el oro? Dicen que había mucho en la isla Iamahich, a cinco soles de distancia.
En busca de oro fueron de Cuba a Jamaica, el primero de mayo entraron en un golfo con numerosas poblaciones y hermosas tierras que parecían huertas. Jóvenes nativos de Jamaica salieron en plan de defensa en unas setenta canoas, Colón les dio una probadita de su artillería, huyeron despavoridos, tras ellos echó a un perro, que los atacó sin piedad. Después de la escaramuza, los españoles decidieron pasar la noche embarcados. A la mañana siguiente los indios volvieron en son de paz y con vituallas. Oro ¿dónde está el oro? Allí no había. Un joven decidió irse con ellos, sin escuchar los gritos y llantos de su madre. Pobre, le esperaba la esclavitud.
Una vez en la costa cubana, junto a una gran población ocupada por indios hospitalarios que les dieron pan, agua y fruta, el Almirante preguntó al cacique por el tamaño de la tierra, respondió que era tan grande que nunca había oído que tuviera fin, y Colón le creyó, aunque para confirmarlo siguió explorando, en sus carabelas atravesaron difíciles canales, encallaron varias veces y vivieron situaciones complicadas, no le encontraron el fin, la vuelta estaba a tres días más de navegación. El 12 de junio, muy ceremoniosos, firmaron él y todos sus acompañantes que Juana (Cuba) era tierra firme. Al día siguiente comenzó el viaje de regreso a La Española, con las cartas náuticas que demostraban su llegada a Catay. El regreso a La Española fue difícil, lento y accidentado.
Mientras tanto, el 24 de junio de 1494, al llegar Bartolomé Colón a La Española con las provisiones mandadas desde España, se encontró con que habían muerto más de la mitad de los españoles, no tenían anticuerpos para las enfermedades tropicales. Sin medir consecuencias, Bartolomé Colón pretendió imponerse a Margarit, Capitán General de la isla, para obligarlo a que recorriera La Española. ¡Obligarlo a él, noble de nacimiento, un plebeyo de origen! Don Cristóbal llevaba mucho tiempo fuera, tal vez había muerto. Se apropió Margarit de los navíos en que había llegado Bartolomé y regresó a España, sin justificación alguna y sin dejar instrucciones a quienes le estaban encomendados, con él se fueron el Padre Boyl y los lanceros con sus caballos.
Los alimentos enviados desde Castilla se acabaron, los indios habían decidido no seguir alimentando a los intrusos, pues cada uno de ellos comía más en un día que toda la casa de un nativo en un mes, los hambrientos españoles lo intentaron todo, especialmente los que había abandonado Margarit: amenazas, bofetadas, palos, tanto a la gente común como a caciques y principales, ya iniciado el enfrentamiento, comenzaron también los atropellos, raptando mujeres a la vista de sus padres, robando comida y oro. La disposición hospitalaria de los indígenas se acabó.
Así las cosas, llegó Colón enfermo a La Isabela el 29 de septiembre de 1494. ¡Vaya situación que encontró! Las provisiones se habían terminado y el hambre nuevamente se generalizaba. Por si fuera poco, Guacanaguari, cacique del Marién, quien se había ganado la enemistad de los nativos por haberse mantenido al lado de los españoles, le informó de una coalición que los principales caciques de la isla organizaban para luchar contra ellos.
El cacique caribe Caonabó, que había terminado con los hombres del emplazamiento de Navidad, al ver a los españoles construir en sus dominios el fuerte de Santo Tomás, esperó su oportunidad. Al marchar Margarit dejando solamente una guarnición de 50 hombres a cargo de Alonso de Ojeda, consideró que su momento había llegado. Sitió el Fuerte durante 30 días. Hasta que llegó Colón usando la estrategia guerrera de dividirse y atacar en varios frentes, con ballestas, arcabuces, caballos y perros, los españoles tuvieron una fácil victoria, tras la cual empezaron a construir siete fuertes en sitios estratégicos. Caonabó fue hecho prisionero.
Dos meses más de penurias pasarían hasta el regreso en noviembre de Antonio de Torres con cuatro carabelas, cargadas de víveres y con un relevo de hombres para aquellos que quisieran regresar a la Península, además con aprovisionamientos de pólvora, armas y hasta objetos enviado por memorial para la persona y casa del Almirante. Traía también varias cartas escritas por los soberanos para Colón y otros residentes de La Isabela.
Al tiempo que esto sucedía, llegaban a España Margarit y Boyl con noticias que alarmaron a los reyes. Colón lo intuyó y agilizó el regreso de las recién llegadas carabelas de Torres para contrarrestar en lo posible los informes que los descontentos entregarían a los soberanos. Fue con Torres a España su hermano Diego para informar sobre los últimos descubrimientos, embarcaron el oro que se pudo recoger, varias muestras de otros metales, frutos y plantas de las islas.
¡Vergüenza mayor!, envió también más de 500 indios, la mayoría hospitalarios que los habían mantenido con agua, pescado y fruta, para que se vendieran como esclavos en Sevilla, y así retribuir a los soberanos parte de los gastos. Entre los documentos confiados a Diego Colón estaban: el nombramiento de Adelantado a Bartolomé, la Carta de Relación del viaje a la isla Juana (Cuba) y Jamaica, y el juramento de que Juana era tierra firme. Antonio de Torres llegó de regreso a Cádiz en los primeros días del mes de abril de 1495. En las cuatro carabelas que capitaneaba llegaron sólo 330 indios de los 500 que embarcaron en La Isabela, el resto había muerto durante el viaje. Torres informó que Colón vivía y estaba en La Española. Los reyes debían resolver el problema de Colón como gobernador incapaz, y el de la esclavitud de los taínos.
Colón partió de La Isabela el 24 de marzo de 1495, decidido a explorar aun más el interior de La Española, pero al avanzar se dio cuenta de que faltaban alimentos y muchos indios morían de hambre y de enfermedades como el sarampión, el tifus, la gripe y la viruela, para las que no tenían defensas. La hambruna era grande y la región del Cibao la más necesitada. Los indios, sin fuerza para vivir, habían dejado de recoger oro.
Torres y sus acompañantes narraron a los reyes la situación de la colonia, los monarcas replantearon su estrategia para evitar el hambre y asegurar la estancia de mil hombres. La Corona se comprometió a mantener por dos años a todos los que quisieran ir (siempre y cuando cumplieran con los requisitos de ser cristianos viejos y personas de bien). Después de ese tiempo vivirían de su trabajo. Muchos campesinos y artesanos estaban empobrecidos por las guerras contra moros y franceses. ¡Los mantendrían por dos años! buena oferta, además, a los hidalgos se les permitiría usar las naves que estuvieran en las nuevas tierras para que pudieran descubrir y rescatar otras islas, podrían quedarse con todo, menos la quinta parte que enviarían a la Corona (el quinto real). El comercio se haría de la manera acostumbrada en España, y se permitiría a todos los navegantes tramitar una autorización para comerciar con las Indias. Todo tendría que hacerse de manera oficial. Procuraron también enviar un clérigo autorizado, pues Boyl, quien tenía facultad papal para los casos episcopales, decidió no regresar.
Del pueblo español siguieron viniendo campesinos, para probar los cultivos y conseguir el aprovisionamiento local de los pobladores de la nueva tierra, y artesanos: un maestre de hacer ballestas, otro que sabía hacer molinos, dos toneleros, un herrador, maestros de todos los oficios para el relevo de los que quisieran regresar. Además, un físico, un cirujano y boticario. En los mantenimientos de la Corona, venían: trigo, cebada, vino y aceite en jarras, tocino, queso, salazón, habas, garbanzos, bizcocho, azúcar, almendras, sarmientos con sus tierras en cuatro toneles o pipas, para sembrar arroz y mijo y algún ganado vivo, seis yeguas, cuatro asnos y dos asnas, cuatro becerros, 200 gallinas, 100 puercos de los que 80 eran hembras, conejos. Y, como algo novedoso, útiles “para las fustas que agora se hacen”, pez, sebo, estopa, chinchorros, fuelles, y madera para construir cuatro o cinco barcos de pesca. Además, los campesinos podían traer por su cuenta animales, cerdas o gallinas, semillas, herramientas. Colón debía permitir que cada persona gozara libremente de todo aquello que trajera a título personal.
Los beneficios tardaron en llegar, desde España se enviaban cuatro carabelas en tres bloques: abril, junio y septiembre, las carabelas de vuelta llevaban el quinto real.
El 10 de abril de 1495 se publica una Real Provisión que otorgaba una licencia general para pasar a las Indias a descubrir y contratar, siempre y cuando los navíos se presentasen ante los oficiales de los reyes en el puerto de Cádiz. Aquellos que se embarcasen para La Española correrían con los gastos, recibiendo allí tierras, y provisiones para un año, con derecho a retener las tierras y casas que se erigiesen en ellas. De todo el oro que pudieran recoger, podrían conservar la tercera parte, dando las otras dos a la Corona. Se confirma también la libertad de regreso a la Península y la conservación de sus bienes personales.
El 12 de abril los monarcas le escriben a su contino para que se encargue de vender en Andalucía, al mejor precio, los indios que había mandado Colón.
Las cuatro carabelas partieron de Sevilla el 5 de agosto de 1495 al mando del Capitán Juan de Aguado. Llegaron a La Isabela en octubre, mientras Colón estaba ocupado en restablecer la paz en el interior. Aguado mandó arrestar algunas personas de mar, exigió cuentas a los oficiales e ignoró la autoridad de Bartolomé Colón. Circularon rumores de que estaba a punto de caer el gobierno de Colón y su familia, que había llegado un auditor, con poderes para oír y remediar los males públicos. Colón decidió ir a España a entrevistarse con los reyes.
Mientras tanto, un joven aragonés huía de la justicia por haber herido a otro español; errando caminos llegó a la desembocadura del rio Ozama, donde hoy es Santo Domingo. Los indios lo cobijaron y la cacica del lugar, prendada de él, lo llevó a unas minas ricas en oro. El aragonés confirmó la riqueza de las minas, observó la belleza del país, la excelencia del río y la seguridad del puerto donde desembocaba. Regresó a La Española a informar su descubrimiento. El Almirante, que tenía intención de cambiar el lugar de La Isabela, al ver las minas, pudo llevar a España pruebas definitivas de la riqueza del nuevo mundo y desmentir a Margarit, Boyl y Aguado.
En dos carabelas preparó Colón su regreso a Castilla, habían pasado tres años, encomendó el gobierno de las fortalezas y el nuevo asentamiento a sus hermanos Bartolomé y Diego, como alcalde de La Isabela y en toda la Isla nombró a un escudero, criado suyo, desconociendo a los nobles.
El Almirante se llevó con él a los enfermos, a los más necesitados y a los requeridos por sus esposas, se embarcó con unos 220 españoles y 30 indios, el 10 de marzo de 1496, y muy pocas provisiones, pues en La Española no las había. Difícil y accidentado fue el viaje.
En la isla Guadalupe los recibieron en son de guerra, pero los disparos de la artillería hicieron huir a los indios, los cristianos entraron en los poblados destruyendo a su paso lo que no podían robarse porque no les servía. Encontraron papagayos, miel, cera, “y hierro, del que tenían pequeñas hachas con las que cortan, y telares como de tapices, con los cuales tejen telas”.
No había remedio, los indios pidieron paz, y junto con los españoles prepararon las vituallas. Colón envió a 40 hombres a explorar la tierra, regresaron al día siguiente con diez mujeres y tres muchachos. Permanecieron en Guadalupe nueve días, aprovisionándose de pan de cazabe, pescado, agua y leña. Se congració con las mujeres dándoles algunas baratijas de regalo, la cacica y una hija suya se quedaron en la nave por voluntad propia.
El miércoles 20 de abril el Almirante se hizo a la vela desde la isla Guadalupe, para el 20 de mayo los bastimentos casi se habían terminado, el racionamiento generó hambre y angustia, el 8 de junio vieron tierra, Odmira, entre Lisboa y el cabo de San Vicente. El 11 de junio de 1496 las carabelas llegaron a la bahía de Cádiz, habían tardado en el viaje de regreso tres meses, al llegar encontraron tres embarcaciones preparadas para partir hacia las Indias con provisiones para los que permanecían en La Española. Don Cristóbal vio las cartas y despachos que en ellas le enviaban los monarcas, tras leerlas, proveyó y escribió largo todo lo que convenía hacer a don Bartolomé. Desde Cádiz, Colón viajó a Sevilla y a Burgos para entrevistarse con los monarcas. Allí les presentaría la cartografía de Cuba, Jamaica, el interior de La Española, Baneque, etc., descubrimientos que se reflejarían en la cartografía inmediatamente posterior.
La Corona obtuvo enormes beneficios, cada cuatro meses las carabelas regresaban transportando el quinto real. Los campesinos y artesanos españoles que resistieron las enfermedades y se aclimataron se quedaron en las Antillas y empezaron así las primeras ciudades españolas.
“Sucedieron las cosas de los cristianos tan prósperamente que, no siendo más de seiscientos treinta, la mayor parte enfermos, y muchas mujeres y muchachos, en espacio de un año que el Almirante recorrió la isla, la puso en tal obediencia y quietud que todos prometieron tributo a los Reyes Católicos cada tres meses, a saber: de los que habitan en Cibao, donde estaban las minas de oro, pagaría toda persona mayor de catorce años un cascabel grande lleno de oro en polvo; todos los demás, veinticinco libras de algodón cada uno; y para saber quién debía pagar ese tributo se mandó hacer una medalla de latón o de cobre, que se diese a cada uno cuando la paga, y la llevase al cuello, a fin de que quien fuese encontrado sin ella se supiese que no había pagado y se castigase con alguna pena”. [8]
La leyenda de la superioridad había comenzado, el robo como tributo y la esclavitud.
[1] Anglería: Décadas [67], dec. I, lib. I, cap. V, p. 11, citado por León Guerrero, María Montserrat: El Segundo Viaje Colombino, Tesis doctoral, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Valladolid, España, 2000.
[2] El escalafón de sueldos de la corona registraba por cada nave: Capitán, marinero, contramaestre, grumete, calafate, carpintero de navíos, despensero, contador, escribano, maestro mayor de fortalezas y navíos, escudero – contino del Almirante, escudero – hombre a pie, espadero, escudero / espingardero, ballestero, armero y espadero, lombardero, trompeta, repostero, tejedor, tejero, albañil, herrero, ayudante de herrero, ayudante de cerrajero, platero y latonero, platero y labrador de oro, labrador, aserrador (de sierra francesa), borceguinero, boticario. La estratificación venía establecida a través de oficiales, suboficiales, marinería, etc., como muestra el siguiente párrafo: “será el primer personaje de la nao su capitán, y después de él, el maestre, piloto, contramaestre, guardián, despensero, carpintero, calafate, barbero, condestable y lombarderos, marineros, grumetes y pajes.” León Guerrero, Op. Cit. p. 171.
[3] Pané Ramón. Relación acerca de las antigüedades de los indios, Siglo XXI Editores, México, 1988.
[4] Morison, Samuel Elliot: El Almirante de la Mar Océano: Vida de Cristóbal Colón, Buenos Aires, 1945.Citado por León Guerrero, Op. Cit. p. 471.
[5] Irving [7], 171-172. Citado por León Guerrero, Op. Cit. p.193.
[6] El recorrido y los llamados descubrimientos son muy conocidos, pueden consultarse en YouTube varios vídeos del segundo viaje de Colón.
[7] Alfonso X, Rey de Castilla (1252-1284): Las Siete Partidas del sabio Rey don Alfonso el Nono. http://www.cervantesvirtual.com/obra/las-siete-partidas-del-sabio-rey-don-alonso-el-nono-nuevamente-glosadas. Partida III, título XXVIII, Ley 29.
[8] H. Colón [5], cap. XLI, p. 201. Citado por León Guerrero, Op. Cit. p. 436.
En portada: Los reyes católicos Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla. | Autor anónimo. | Imagen vía Wikipedia.
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