SOMOSMASS99
Alfonso Díaz Rey*
Viernes 27 de septiembre de 2024
Ante la proximidad de la elección presidencial en Estados Unidos y para exaltar un torcido nacionalismo surgen acusaciones de intromisión en su proceso electoral, señalando principalmente a Rusia, China e Irán como enemigos que quieren dividir a la sociedad estadounidense y dañar su democracia.
Si en el mundo existe un país que por completo carece de autoridad moral para hacer tal tipo de señalamientos, ese es Estados Unidos. El hecho de que en 248 años como nación independiente solamente haya vivido 17 años sin estar en guerra con otras naciones, caracteriza a las clases dominantes de esa sociedad; característica que se tornó más peligrosa cuando al término de la Segunda Guerra Mundial surgió como potencia dominante ─sitial casi efímero─ y se agudizó cuando la crisis general del capitalismo, ya presente para entonces, adquiere carácter estructural en la década de los sesenta del pasado siglo y marca el inicio de su decadencia, proceso irreversible que continuó no obstante la desaparición de la Unión Soviética y los países socialistas de Europa oriental y el aún más breve repunte de su dominio a raíz de estos sucesos.
No obstante su decadencia y pérdida de hegemonía, en Estados Unidos el complejo militar industrial tiene tal peso en la economía que podría considerarse como una economía de guerra, por lo que en todo momento tiene que buscar o construirse enemigos, o crear escenarios donde pueda realizar su producción bélica. Las más de 800 bases militares norteamericanas, fuera de su territorio, son clara muestra de su intromisión en casi cualquier parte del mundo y de su carácter belicista.
Para mantener enajenada y engañada a la opinión pública ─interna y externa─ utilizan a los grandes medios monopólicos de [des] información y «entretenimiento», haciéndose aparecer como los «buenos» de la película, los guardianes y líderes de la libertad y la democracia, o los salvadores del mundo.
Los «malos» son quienes en ejercicio de su soberanía e independencia deciden sacudirse el dominio norteamericano; o quienes sin subordinación a Estados Unidos han alcanzado niveles de desarrollo, económico, científico, tecnológico que compite ─y en algunos casos supera─ con los grandes monopolios yanquis, o que en el terreno militar puedan responder a sus amenazas o ataques; también los países y pueblos con recursos naturales estratégicos codiciados por los monopolios de ese imperio.
Esos «malos» son un mal ejemplo para los países y pueblos que viven subordinados al imperio yanqui y deben ser combatidos por el «líder mundial de la libertad», para mantener un orden «basado en reglas», sus reglas.
El mantenimiento de ese orden, que intenta ralentizar la decadencia del imperio, ha generado conflictos de carácter bélico que amenazan seriamente la paz y la vida en diversas partes del planeta, además de injerencias políticas y agresiones económicas, comerciales, financieras y militares. Todo ello contra los «malos».
En todo el mundo se sabe de la intromisión de Estados Unidos en otros países, no solamente en procesos electorales sino en la desestabilización y derrocamiento de gobiernos por la vía de golpes «suaves», militares o invasiones, acciones en las que a la postre salen beneficiados monopolios yanquis, no pocos vinculados con el complejo militar industrial.
Tal intromisión tiene por objetivo imponer su modelo de democracia, una en la que priman los intereses del gran capital y de la clase que lo detenta, en perjuicio de los pueblos, incluido el norteamericano. Quien se aparte de ese modelo es considerado como enemigo del imperio y se convierte en blanco de su intromisión y agresividad.
Los imperialistas yanquis están convencidos que han sido elegidos por un poder divino para guiar a la humanidad, convencimiento que para justificar su expansionismo convirtieron en doctrina a mediados del siglo antepasado, la doctrina del Destino Manifiesto. Tal anacronismo persiste y en él se apoyan para asignarse una supuesta supremacía a la que se aferran en su obsesión por dominar el mundo.
En su decadencia, esa obsesión los hace más peligrosos y los convierte en un serio peligro para la humanidad, peligro que los pueblos del mundo, y en primer lugar el norteamericano, deben enfrentar para convivir pacíficamente y poder construir un mundo mejor.
De ahí la importancia de la lucha por la paz y la solidaridad y cooperación entre los pueblos.
* Miembro del Frente Regional Ciudadano en Defensa de la Soberanía, en Salamanca, Guanajuato.
Foto de portada: Jakob Owens (@jakobowens1) / Unsplash.
0 Comentario